ANDARES POLÍTICOS: Los andares en Semana Santa

Benjamín TORRES UBALLE

A propósito de la Semana Santa y con la venia de los lectores, en esta ocasión dejo de lado los temas políticos. Contagiado por estos días, que más allá de cuestiones religiosas, tienen la delicia de la primavera y el éxodo de vacacionistas que hacen menos tortuosa la vida en la Ciudad de México, escribo esta colaboración sin el ruido de automóviles y los infernales decibeles del palpitar citadino.

Mientras mi mujer se afana en dejar a punto las plantas que adornan nuestro pequeño pero bien cuidado jardín, observo desde la ventana en la planta alta, el ir y venir del esplendoroso colibrí que toma del néctar vertido en el depósito de plástico rojo en forma de fresa. Un ave sorprendente y muy inteligente. Distante a unas calles, se escucha el tañer de las campanas del templo católico.

Cuando las necesidades espirituales apremian, en ocasiones voy a ese recinto religioso; durante pocos minutos disfruto de la calma que hay en él. Si lo hago en domingo, me gusta ver la vendimia luego de las misas. Ahí está la chica que vende paletas de hielo, el señor ofertando elotes y esquites preparados, la dama de los dulces orgánicos –así lo asegura-, y otros personajes domingueros.

No les consumo a ellos, no por chocante, sino que las paletas, de las cuales soy irredento devorador, las compro con don Ramirito, en su paletería, frente al parque contiguo a la iglesia referida. Ahí hay más variedad de sabores, de precios; las nieves son bastante buenas. Nació en un pueblo de Oaxaca, según me ha platicado, y a últimas fechas está muy preocupado por el nuevo gobierno.

Junto a su negocio, está la tienda de conveniencia. Un negocio exitoso. La variedad de productos abarca prácticamente todas las necesidades primordiales para un ser humano: pan, huevo, latería, carnes frías, quesos, botanas, dulces, refrescos, cervezas, licores y vinos de mesa. Ah, eso sí, los domingos hay que surtirse temprano porque el local se cierra a más tardar a la cuatro de la tarde.

Sin embargo, para una urgencia gastronómica abundan los lugares de comida con servicio a domicilio. Alimentos “chatarra” –así los describen aquellos entendidos en cuestiones de salud y nutrición- como las pizzas, hamburguesas, pollo frito, comida china o japonesa y los infaltables  tacos y tortas. Pero si pareciera insuficiente, o poco gloriosa para algún fifí sibaritaexigente, a no más de 10 minutos en auto hay centros comerciales donde se pueden hallar excelentes restaurantes.

Disfruto con enorme placer estos días vacacionales, me encantan. Sobre todo porque no llueve, y como que la gente inexplicablemente se torna amable, es más, creo que hasta he visto sonreír levemente a  uno que otro habitante de la complicada pero extremadamente bella ciudad capital.

Ya desde el viernes empecé mi turisteada propia a la víspera de la Semana Santa. Aclaro, en honor a la verdad, que no asisto a las ceremonias religiosas en esta época. Son demasiado largas. Mi paciencia, pero sobre todo mi concentración, no dan para tanto. Los rollos que mecánicamente sueltan los señores sacerdotes son tediosos e inútiles para los tiempos actuales. Además, están en un bache gigantesco por los tantos casos de pedofilia alrededor del mundo. El desprestigio, ahí está.

El viernes mencionado concerté una cita –con la aquiescencia de mi domadora, por supuesto- con mi amigo Castruita. Nos encontramos al mediodía en el Villa Arias, el café instalado en el pasaje de la calle de López; un par de capuchinos, con café extra, fue el marco adecuado para disfrutar de una intrascendente pero deliciosa charla con uno de mis mejores amigos desde hace años. Por mera casualidad, coincidimos en el lugar con don Roberto. Un señorón con una historia fantástica al que es necesario dedicar muchas horas para escuchar sus interesantísimas historias de vida. Es uno de los pioneros que instalaron las primeras tiendas de material eléctrico en la zona de Victoria, en el centro de la alguna vez considerada Ciudad de los Palacios, convertida hoy, de manera mísera, en sede de la delincuencia, de cárteles del crimen organizado, de marchas, bloqueos y mucho caos.

Permítanme comentarles que don Roberto está muy enojado con el nuevo presidente de la República, considera que gobierna mal y puede llevar al país a un problemón. Asegura que, en sus 89 años de vida, no recuerda un México tan violento y polarizado. Lo escuchamos con atención, intercambiamos algunas opiniones, generosamente pagó la cuenta y faltando dos minutos para la una nos despedimos con un fuerte apretón de manos ya que su hija Paty estaba a punto de pasar por él para llevarlo a casa. Siempre es un privilegio mayúsculo escuchar a esta clase de mexicanos; mentes lúcidas que, con su trabajo intenso, han colaborado al progreso de esta querida nación.

Del Villa Arias nos dirigimos al Pescadito, en la calle de Independencia, distante unas seis calles. La chacota estaba en pleno. Castruita, a pesar de sus eventuales azotes berrinchudos, es un asesor eficiente, apasionado de la rigurosa disciplina en el buen escribir, melómano irredento, charlista excelso, y por sobre todo ello: un escucha paciente de este opinólogo. Por cierto, su mujer ya nos desahució, dice que ya no se preocupa con quién andamos, su argumento es inobjetable: asegura que a nuestra edad –la de Castru y la mía- sólo comemos tacos. ¡Uf!, eso duele, y mucho.

Luego de un tacotote y dos tacoquesos, caminamos, en pleno rayo del sol, hacia la estación del Metro, Salto del Agua; en el trayecto nos detuvimos en los tres conjuntos de departamentos construidos en Bucareli, muy cerca de la Secretaría de Gobernación, hace más de 100 años, estos bellos sitios han sido lugar de filmaciones de películas, programas de televisión y documentales.

Abordamos el metro rumbo a Observatorio, nos despedimos en la estación Sevilla. El seguiría hasta la terminal, y yo caminaría un buen trecho para llegar al lugar donde labora mi mujer. Para ello crucé el Paseo de la Reforma; pasé frente a la Torre Mayor y me detuve a observar, en la acera contraria –cuidando de que algún idiota a bordo de un scooter o bicicleta no me atropellara-,  la imponente Torre de BVVA Bancomer; ambos monstruos de acero y cristal, están rodeados por otros rascacielos de similares dimensiones.

Con la lengua de corbata por el sofocante calor, al fin llegué por la dueña de mis quincenas, subí al auto; luego de 25 minutos llegamos a casa y disfruté un ron con mucho hielo y refresco de cola. ¡Qué bonita temporada, ésta de los días santos!, no importa si se es creyente o no. Es un oasis para el alma.

@BTU15     

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