ANDARES POLÍTICOS: El discurso de EPN (o mandar a la Chi… na a Trump)

Benjamín TORRES UBALLE

La sorpresa fue generalizada ante el discurso más afortunado del presidente Enrique Peña Nieto en lo que va del sexenio. Tan cuestionado con justificada severidad por su retórica en innumerables ocasiones —no exenta de varios dislates—, el mexiquense se mostró firme y contundente para fijar el posicionamiento del gobierno mexicano ante el anuncio del presidente de Estados Unidos de América, Donald Trump, que, en otra de sus locuras, presiona para militarizar la frontera entre ambos territorios. Esto, en el marco de las complejas negociaciones del TLCAN, por lo que el hecho no puede considerarse mera coincidencia.

Trump, subrayamos, es el presidente más nefasto que ha llegado a la Casa Blanca. Un millonario cuyo talento y salud mental han sido puestos en duda en la propia unión americana.

Ávido de lograr reconocimiento por la sociedad estadounidense y el mundo, el republicano recurre a las burdas estridencias mediáticas, en las que su arma favorita es la red social Twitter. Ése es el tamaño de su “nano-intelecto”. Desde su campaña, a México lo agarró como punching bag, ante la displicencia de la administración peñista. Para el peliteñido, la diplomacia y prudencia no van con él, menos si éstos provienen de la república mexicana, una nación a la que odia patológicamente.

No obstante, el mensaje de Peña Nieto a Trump —no hay que obviarlo— se da en plenas campañas electorales, cuando el candidato de su partido a la Presidencia, José Antonio Meade, está pasando las de Caín para levantar su campaña, y aunque en el PRI presumen haber pasado ya del tercero al segundo lugar en las encuestas, la realidad es que existe temor justificado en Los Pinos de que nuevamente sean echados de ahí. Faltando 82 días para las elecciones, aún miran muy lejos a AMLO.

Si bien la respuesta del presidente Peña a la locura más reciente de Donald Trump le ganó amplias simpatías entre la población —excepto las de los infaltables resentidos de siempre—, incluso las de Andrés Manuel López Obrador, Ricardo Anaya Cortés y Margarita Zavala, lo cual beneficia directamente a Meade Kuribreña, ésta parece haber llegado muy tarde. El “estate quieto” al locuaz mandatario de nuestro vecino del norte no tendría que haber esperado más de un año.

Y es cierto, aquí no caben ni son necesarios los falsos nacionalismos; las reacciones patrioteras son burdas y nada aportan. Pero resulta imprescindible ubicar la reacción del gobierno mexicano contra Trump en su justa dimensión. “Hay algo que a todos, absolutamente a todos los mexicanos nos une y nos convoca: la certeza de que nada ni nadie está por encima de la dignidad de México”. Esto es lo rescatable: no dejarse pisotear por un desequilibrado que no duda en poner en vilo la paz mundial y usar sistemáticamente, ante la falta de argumentos, el chantaje, la amenaza y la constante diatriba para lograr sus enfermizos y dictatoriales objetivos.

En las insalvables diferencias y evidentes intereses políticos, además de personales, resulta plausible el apoyo de López Obrador —quien en el pasado mandó “al diablo a las instituciones”— al Ejecutivo federal: “porque por encima de nuestras diferencias, está el interés nacional, la patria es primero”, afirmó el líder de Morena. Ésa es una muestra de madurez y de sensatez; aun en tiempos electorales.

Por su parte, Anaya Cortés —hoy odiado enemigo de la casa presidencial— dejó el regateo para señalar que “Es correcto que el gobierno federal haya fijado una postura frente a los ataques de Trump, pero no es suficiente. Debemos decir con firmeza que las negociaciones con EUA están condicionadas a que cesen las amenazas hacia los mexicanos. Es momento de unidad nacional”. Es decir, fuera mezquindades, dividirnos ante las embestidas del gringo peliteñido es muy peligroso.

Desde luego que la relación México-Estados Unidos de América es sumamente compleja. Históricamente así lo ha sido y con saldo favorablemente inmenso al Tío Sam. Por supuesto que los diversos gobiernos mexicanos han sido muy comodinos y pusilánimes ante los abusos e intereses de los norteamericanos. Convenencieramente, se quedaron callados y agacharon la cabeza por sexenios, y cómo no, si se estima que en la unión americana viven unos 34 millones de personas de origen mexicano, que diariamente envían cuantiosas remesas al país.

Todavía más: el país del norte compra el 80% de nuestras exportaciones manufactureras y nos vende la mayor parte de la gasolina que consumimos en tierras mexicanas. Muchos de sus ciudadanos visitan anualmente el territorio nacional y derraman una cantidad importante de dólares. Lo anterior es sólo una pequeña muestra de la gigantesca dependencia que la nación azteca tiene de EUA.

Nadie sabe hasta dónde resistirá la liga que, de manera imprudente, estira el cuestionado y pendenciero Donald Trump y a la que el gobierno mexicano, vía Peña Nieto, también le dio un jalón. Lo cierto es que la confrontación, que a nadie conviene, puede sacar chispas si el peliteñido insiste en sobajar y mirar hacia abajo a un aliado incondicional —para bien o para mal—.

Hace un par de días, David Luján, gran amigo y uno de mis lectores recurrentes —aunque tal vez el más crítico de mi trabajo—, mientras tomábamos café en el Centro Histórico de la Ciudad de México, me dijo: “¿Por qué tanto revuelo? Estados Unidos puede hacer en su territorio lo que quiera, mientras no lo haga en el nuestro; son oportunistas electoreros”. Sólo respondí: “correcto, pero en política, como en tantos aspectos de la vida, la forma es fondo, y las maneras del sátrapa pelos de zanahoria son nada más que chingaderas”. Al final, creo que también es la opinión de no pocos mexicanos. Juzgue usted.

@BTU15

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