Benjamín TORRES UBALLE
Desde que se anunció la marcha de este domingo 13, los temores aparecieron en Palacio Nacional. Las protestas por la pretendida reforma electoral -otra obsesión presidencial-, que pretende controlar al Instituto Nacional Electoral (INE), subieron de tono y de forma irremediable se expresaron en las calles de la ciudad capital así como en otras muchas del territorio nacional.
Andrés Manuel López Obrador enfureció. Le disgusta en extremo que se visibilicen las protestas en su contra. El tabasqueño, que se considera a sí mismo un prócer de la democracia montó en cólera y durante los días previos a la manifestación ciudadana arremetió en contra del INE, los organizadores y quienes estaban dispuestos a participar en el movimiento. Surgió de inmediato lo que en esencia distingue a López Obrador: violencia verbal, insultos, amenazas, descalificaciones.
Quiso aplicar la misma receta de cuando fue jefe de Gobierno del entonces Distrito Federal y un millón de capitalinos salió a inconformarse por la inseguridad y violencia. En aquel entonces la calificó de marcha fifí. Hoy, no le funcionó; ni a él ni a sus lacayos que hicieron eco de las virulentas palabras, tampoco les funcionó echar a andar sus bots y la horda de pelafustanes a sueldo en redes.
La convocatoria para marchar en defensa del INE atrajo a miles de ciudadanos, pese a la “casualidad” de que las autoridades hayan declarado contingencia ambiental desde la víspera en la CDMX y que inhibió de manera importante la movilidad de la gente. Aun así, los participantes se las arreglaron para estar presentes en la tumultuosa jornada dominical. Burdas maniobras que no funcionaron.
Cuando se pierde el rumbo político y se entra en un sótano en el cual se fusionan la ruindad del populismo, la demagogia y el autoritarismo, además de un cúmulo de yerros, está echada la suerte de todo gobernante y de los gobernados si estos permanecen indiferentes, sumisos y cruzados de brazos. Ayer una parte importante de la población demostró que no está dispuesta a que suceda.
Por supuesto que la sociedad está harta de promesas incumplidas, de mentiras, de la corrupción que permanece intocada en el gobierno –ahí está el escandaloso y cuantioso saqueo en Segalmex- y, sobre todo ello, la terrible violencia que hoy impera en el país ante la incapacidad y sospechosa tolerancia de quienes están obligados por ley a garantizar seguridad a los mexicanos.
El manotazo que decenas de miles en México -al cual se solidarizaron en diversas naciones- aplicaron al presidente López Obrador no fue gratuito. Hay vastos motivos para que sucediera así. Luego de cuatro años los errores en la conducción del país son muchos. El número de pobres aumentó. Las masacres y ejecuciones nadie las frena. El sistema de salud público es un desastre.
Quien no comprenda las causas del movimiento social del domingo último, hará gala de dos “virtudes”: soberbia e ignorancia política y social. Entonces no habrá aprendido nada. El que no ve un problema cuando lo tiene a la vista, le será imposible solucionarlo y permanecerá en la ceguera.
Si a López Obrador una ciudadana le grita en el avión que lo único que ha hecho es destruir al país, y en la inauguración del estadio de béisbol de los Diablos Rojos en la CDMX es abucheado, son claras señales de que su gestión no es precisamente maravillosa, como el mandatario lo ha idealizado.
En los siguientes días seguro que el señor presidente de México, como su “pecho no es bodega” destilará más odio sobre aquellos que participaron en la marcha para defender al INE. No obstante, el obús de muy grueso calibre impactó donde más le duele: su enorme ego y soberbia.
Mas las causas también quedaron absolutamente claras en el discurso de José Woldenberg, quien fue el orador único en el Monumento a la Revolución, donde tuvo su culmen la marcha:
“El problema mayúsculo, el que nos ha traído aquí, el que nos obliga a salir a las calles, el que se encuentra en el centro de la atención pública, es que buena parte de lo edificado quiere ser destruido desde el gobierno”. Una verdad lapidaria del exconsejero presidente del IFE.
Para fortuna de México, todo indica que el tigre se soltó, un tigre que no es violento, no rompe cristales, no destruye propiedad pública ni privada; no agrede a otros ciudadanos, a policías, ni a la prensa. Es un tigre que defenderá a ultranza al INE y con ello a la endeble democracia mexicana.
Que en México no se haga jamás realidad la estulticia aquella: ¡Al diablo con sus instituciones! Por eso la defensa, no de Lorenzo Córdova, sino del INE, la valiosa Institución de todos los mexicanos.
STATU QUO
En un oso tremendo, Martí Batres, secretario de Gobierno de la Ciudad de México, señaló que a la marcha asistieron entre 10 y 12 mil personas. Tremendo ridículo, pues la cifra real supera 200 mil. ¿El doctor Batres estudiaría en alguna Universidad del Bienestar? Es pregunta, nadie se moleste.
@BTU15