Carlos VILLALOBOS
La tecnología ha traído beneficios incalculables para nuestras vidas, pero también ha abierto puertas que requieren que, como sociedad, estemos más atentos que nunca y para muestra un botón: en la reciente conferencia de prensa del gabinete de seguridad del estado de Oaxaca, se resaltó un caso que pone en evidencia esta realidad. Un adolescente originario de La Lobera, Santa Inés del Monte, fue rescatado en Mazatlán, Sinaloa, después de haber sido captado mediante engaños a través de videojuegos en línea.
La tecnología en sí misma no es el problema, y necesito que quede claro: EL PROBLEMA NO SON LOS VIDEOJUEGOS, ni las redes sociales, ni el acceso a dispositivos conectados a internet, más bien, el riesgo radica en cómo estamos usando (y en muchos casos, permitiendo el mal uso de) estas herramientas en un país que cada vez está más inmerso en la cultura digital. En una era donde la tecnología penetra todos los aspectos de nuestras vidas, es fundamental replantearnos el rol de las familias, las instituciones educativas y las autoridades para que podamos actuar como barreras protectoras, especialmente para los más vulnerables.
Tan sólo de acuerdo a la Encuesta Nacional de Consumo de Contenidos Audiovisuales 2023 del Instituto Federal de Telecomunicaciones (IFT), el 83% de niñas, niños y adolescentes en México usa internet, y el 68% está presente en alguna red social. A su vez, el 54% de ellos juega videojuegos, y más de la mitad lo hace conectándose en línea, con el celular como el dispositivo más utilizado.
Estamos hablando de una generación que no solo tiene acceso a la tecnología, sino que consume y se involucra con contenidos de manera constante, a veces sin supervisión alguna.
El patrón de contacto que utilizan para enganchar a menores es, lamentablemente predecible: los abordan durante las madrugadas, aprovechando la falta de vigilancia familiar, se presentan como «amigos» en un entorno digital donde las barreras entre lo real y lo virtual se diluyen, e invitan a los jóvenes a unirse a sus grupos, ofreciéndoles “trabajos” que suenan atractivos para un adolescente que busca aventuras y nuevas experiencias. Las promesas son muchas y las consecuencias, devastadoras.
El hecho de que el 51% de niñas, niños y adolescentes consuman contenidos en internet tanto en compañía como en solitario habla de una generación que, en muchos casos, se cría frente a pantallas y no frente a las voces de su familia o comunidad. Para esta juventud, el teléfono celular es el compañero más cercano, con un 78% utilizándolo para navegar, jugar, ver videos o simplemente “matar el tiempo”.
En el horario de consumo, el pico se encuentra en la tarde (de 12:00 a 18:00 horas), lo cual es un reflejo del periodo en el que muchos padres están trabajando y no pueden supervisar lo que hacen sus hijas e hijos, sin embargo, también existe un 4% que consume en la madrugada, precisamente el momento en el que menores se encuentran en mayor vulnerabilidad
Es extremadamente fácil caer en la trampa de culpar a los videojuegos y redes sociales, pero este no es el camino. Al igual que cualquier herramienta poderosa, su impacto depende del uso que le demos. Repito: NO PODEMOS DEMONIZAR EL GAMING NI LAS PLATAFORMAS SOCIALES. Yo mismo he jugado videojuegos toda mi vida y he disfrutado de sus beneficios, de la creatividad que despiertan y de las conexiones que permiten, afortunadamente mis padres en su momento estuvieron atentos, enseñándome límites y ayudándome a distinguir la línea entre lo real y lo virtual. Ellos hicieron lo que yo llamo “contención”, es decir, mostrarme las fronteras de lo digital y lo real que es fundamental en la era digital.
Aunque las cifras del IFT son alarmantes, son un llamado a la acción, no basta con que el 25% de los niños consuma contenidos en compañía. Necesitamos aumentar la supervisión sin invadir su privacidad y fomentar un entorno de confianza donde las y los jóvenes sientan que pueden hablar de sus experiencias en línea sin miedo a represalias.
La tecnología ha creado un ecosistema donde las infancias tienen acceso a una cantidad sin precedentes de información y experiencias, pero sin un marco de supervisión, estamos dejando que naveguen en aguas profundas sin chaleco salvavidas.
Es hora de que todos los actores involucrados (madres, padres, maestros, autoridades y las propias infancias y juventudes) tomemos un rol activo en la prevención. En lugar de culpar a los videojuegos o a las redes sociales, tenemos que enfocarnos en educar a los jóvenes sobre los riesgos y ayudarlos a desarrollar las habilidades críticas para reconocer situaciones de peligro. No podemos subestimar la capacidad de los menores para entender estos temas; al contrario, involucrarlos en la conversación es fundamental. La prevención es nuestra mejor arma en esta batalla, y esto solo puede lograrse a través de una colaboración constante y decidida.
La tecnología seguirá avanzando, y con ella, las estrategias de quienes buscan aprovecharse de los más vulnerables, como sociedad, nuestra respuesta debe ser igual de ágil y adaptativa. Crear un entorno donde los jóvenes puedan disfrutar de las ventajas del mundo digital sin quedar expuestos al abuso es un desafío monumental, pero es un compromiso que no podemos posponer.
No se trata de demonizar el mundo digital, sino de iluminarlo con la guía y el apoyo que necesitan nuestras futuras generaciones.
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